Como hemos comentado anteriormente, el estrés es una respuesta de nuestro cuerpo, a nivel cognitivo, fisiológico y conductual ante determinadas situaciones. Esta activación nos permite tener un ritmo o nivel necesario para ser capaces de atender tareas complejas, resolver problemas, realizar sobre esfuerzos etc.
En este proceso se aceleran o se ven afectadas distintas funciones como la capacidad de pensar o atender y sistemas como el cardiovascular, el respiratorio, endocrino, dermatológico, inmunológico, gastrointestinal o músculo-esquelético.
Para nuestra vida diaria, es decir, para comer, dormir, trabajar o tener relaciones sexuales se deben activar y desactivar diferentes funciones y sistemas según cada momento. Por ejemplo, para trabajar, necesitamos un grado de activación fisiológica de nivel medio y sin embargo para dormir, el nivel requerido es bajo.
Si estamos poco activados no podemos atender las demandas de nuestra vida laboral y si lo estamos en exceso, no podremos conciliar el sueño.
La función sexual requiere un cierto grado de bienestar emocional y de comunicación con la pareja así como recursos (energía, vitalidad, atención a las propias necesidades y de la pareja, deseo sexual, fantasías, capacidad de seducción etc.) que se van agotando con el estrés, el cansancio o el agotamiento.
Nuestro organismo es extremadamente inteligente y asigna recursos estableciendo prioridades. Si tenemos que hacer algo muy importante, asignará las reservas necesarias pero dejando de atender otras funciones que en ese momento considera menos urgentes, como la regeneración de la piel o el cabello, el fortalecimiento de los huesos y del sistema inmune, la fertilidad o la sexualidad.
El deseo sexual es diferente según las personas. Sus variaciones afectan tanto a hombres como a mujeres y pueden ser eventuales o prolongarse en el tiempo. Cuando existen dificultades para mantener relaciones sexuales se llama disfunción sexual y puede deberse a muchos factores, unos de tipo orgánico, las menos frecuentes, y otros de tipo psicológico y emocional. Algunos de estos factores son:
Del mismo modo que el estrés puede alterar la vida sexual, tener relaciones sexuales satisfactorias con nuestra pareja, ayuda a disminuir el nivel de estrés a través de varios mecanismos:
También puede darse el caso contrario, es decir, que las diferentes necesidades de cada uno de los miembros de la pareja o la falta de empatía desemboquen en conflicto y por tanto, en un aumento del estrés.
Las parejas felices intercambian refuerzos, afecto positivo, comunicación, apoyo, serenidad y seguridad, lo que hace que sus relaciones sexuales sean más frecuentes y satisfactorias. Sin embargo, las parejas en crisis que intercambian discusiones, reproches, amenazas, periodos de incomunicación y otras formas de castigo que pueden llegar al maltrato físico y psicológico, tienen relaciones sexuales escasas y que no satisfacen a ninguno de los miembros de la pareja.
El tratamiento psicológico de los problemas de disfunción sexual se abordan como un problema de pareja y no únicamente de uno de sus miembros. La mayor parte de las disfunciones sexuales son aprendidas, bien por la educación, por las experiencias acumuladas o por la actividad cognitiva mantenida durante la relación sexual.
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